“El
tiempo, si podemos intuir esa identidad, es una delusión: la indiferencia e
inseparabilidad de un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy,
basta para desintegrarlo”.
Jorge
Luis Borges
La muestra de Gustavo
Larsen “Apuntes temporales” obliga al espectador-participante a tomar una
posición frente a la obra presentada. No se puede permanecer indiferente cuando
se propone un recorrido que parte de la memoria-vestigio de sucesivas lecturas
sobre lecturas para llegar a una hipótesis final en la que reconocemos los
elementos que sirvieron de punto de partida a un orden como formas participantes
de un caos final.
El
tiempo como convención engañosa (esa “delusión”, según Borges) aparece
desenmascarado como si asistiéramos a un museo. Hay un engaño en lo escrito que
ya ha sido escrito y en la multiplicidad de los días que son todos distintos e
iguales en perspectiva. El caos no es otra cosa que los elementos del orden
dispuestos de otra manera.
Tres
momentos, como tres quillas de barcos diferentes, nos introducen en océanos
conocidos y extraños: la memoria vestigio, el ámbito múltiple-diverso /
único-irrepetible, la sucesión de mutaciones hacia un “desorden” final.
En
“365 días y un día” el peso y el agobio de lo rutinariamente uniforme nos
descubre la falacia de creer únicos nuestros actos diarios sin sospechar que la
sucesión de matices (color, forma, encuadre, etc.), siempre distntos y siempre
los mismos, representa el perpetuo y alienante caos de la rutina macrocósmica.
No hay indicio ni concepción de fin ni comienzo. El año no es un lapso de
tiempo determinado sino un ambiente, un estado de ánimo, una abstracción de
museo, un agobio no confesado.
Por
último, la ambientación final parte de un orden primigenio y primitivo (colores
primarios, puntos cardinales) que paulatinamente se irán transformando, día a
día, en la mutante perseverancia del mito de las edades en marcha perpetua
hacia el caos. Caos en su sentido griego: “abertura ancha”, “abismo”. Pero esta
marcha del orden al desorden, del cosmos al caos,
no implica destrucción, sino “paso”, pues persistirá el elemento generador
primero (cobos, planos, varas...) y hará que ese “desorden” se neutralice, se
expanda. El rito-juego diario de la mutación, variará las representaciones
visuales proponiendo un significado unívoco-multívoco del tiempo a la vez que
una nueva forma de concepción de la obra de arte. Siempre la misma y siempre
diferente: distintos sus elementos y espacios en la mente del que la contempla.
El
“aquí y ahora” no es tal en la presente muestra de Gustavo Larsen.
Prof.
ENRIQUE ROBERTO VIDAL
La Plata, 1987
En la obra
artística de Larsen hay un dualismo constante, un fluctuar entre antípodas:
materia-espíritu; tierra-cielo; variedad-unidad; un permanente juego de signos
cargados de misterio, en apariencia imposibles de decodificar, y una búsqueda
que va de los orígenes del hombre y del mundo conocido hasta el macrocosmos, y
quizá, ¿por qué no? ya esté ahondando
las inescrutables profundidades de un inframundo, poblado de magia y fantasía.
Porque en última instancia si nos detenemos en el análisis de su producción,
podemos afirmar que así como Xul Solar creaba e inventaba universos y elementos
fantásticos, en Larsen todo surge como consecuencia de una "investigación
mágico-fantástica", que pareciera ser extraída de la memoria de nuestros
ancestros.
En las series
"Las guardianas de la Luna", "Los guardianes del Sol",
"Las cuatro esquinas del Cielo", "Las cuatro esquinas de la
Tierra", "Ronda alrededor del mundo" o en "Los
Anteriores", xilografías de 1982, manifiesta la dualidad a partir del tema
y de la inclusión de imágenes a manera de mandalas, cuyo simbolismo no es otra
cosa que: diversidad-concentración, variedad-unidad; exterioridad-interioridad;
diferenciación y unificación.
La
representación del universo con un gran agujero en el centro y la proximidad de
los personajes en actitud ritual, hacen que de inmediato los relacionemos con
los ritos de fecundidad tribales; pero como los movimientos rituales están
emparentados con el ritmo de los movimientos astrales y los agujeros, en el
plano espiritual son una abertura hacia otro mundo, podría interpretarse como
una aspiración a lograr la inserción en ese macrocosmos, del que hablamos al
principio. En el caso de la "Ronda" se intensifica el sentido por la
posición de los "danzarines", quienes parecen querer modificar con
sus movimientos y sacudidas la situación estática y estéril de ese mundo
"agujereado". La visión planimétrica del mundo -como una gran
telaraña-, está complementada con formas espirales que dan idea de creación y
desenvolvimiento, de rueda y de centro. Los personajes mostrando las entrañas,
insinúan la muerte y el laberinto -elemento éste usado por Larsen en otras de
sus obras-, forma tan atrayente como el abismo o el remolino, en relación con
lo inconsciente y el alejamiento de la vida, pero atemperado por la presencia de
los ojos, símbolos de comprensión y también de infrahumanidad.
La necesidad
de volver a los orígenes se hace notoria en la preocupación por fabricar el
papel para sus obras, y en la aparición de manos y dientes, principio de la
acción humana y de la fuerza magnética, unas; y armas de ataque primigenias o
expresión de actividad y defensa del hombre interior los otros.
El artista
trabaja con la cosmogonía Sol-Tierra- Luna; el Sol es el principio activo, de
carácter heroico y masculino en contraposición con la Luna, pálida y delicada,
pasiva reflectora de la luz solar, que rige las mareas y los ciclos
fisiológicos de la mujer; femenina como la Tierra y ligadas a la fertilidad;
cosmogonía respetada y venerada por las culturas agroalfareras.
Hay en la mayoría
de sus obras una lucha simbólica entre los elementos centrales, dados por la
espacialidad terrestre, por los cuatro exteriores naturales -puntos cardinales,
cuatro esquinas de Larsen-, y la síntesis espiritual, el tres es la resultante
armónica de la acción de la unidad sobre el dos; el tres representado en las
pirámides con su doble idea de muerte e inmortalidad; pero también imagen del
universo brotando de lo manifestado.
"Crónica
de los diez años", resulta ser una obra clave en la producción de Larsen,
porque su incursión en la pintura va a tener como consecuencia el
"ablandamiento" de las formas y a partir de ella se abrirá un nuevo
proceso, en el que los signos complejos y figurativos van a dejar paso a otros
más sencillos y abstractos, ganando en riqueza compositiva y en calidad de
ritmos, sin salir por ello de la línea que lo caracteriza.
En
"Crónica de los diez años", acrílico sobre papel, hay una ruptura con
las convenciones -tendencia general en el artista-, por su forma de
presentación a manera de Códice. La disposición de las formas, en tres frisos
-que se repite en la serie de los Signos-, uno superior angosto (cielo) y otro inferior (tierra), compuestos por
signos de lectura variable y el central (vida terrena) con personajes, doce en total,
uno por cada mes del año.
El
año, proceso cíclico, período de vida humana o cultural, de existencia cósmica
que implica un ascendente y un descendente; evolución e involución; oscuridad y
luz; vida y muerte tiene suma importancia en su obra. Cada una de las hojas
abiertas del Códice representa un año, en total diez y este número no es otra
cosa que el retorno a la unidad tras la multiplicidad; representado desde
antiguo por el círculo que a su vez simboliza
el cielo, la eternidad y la Perfección. Pero, como todo artista que
nunca se conforma con su otro Ser y
coherente con su ser en sí, contrapone el cuadrado, representante del estado pluralista del
hombre, que aún no ha alcanzado el estado de unidad interior, vale decir la
Perfección.
Si profundizamos
aún más en esta dualidad círculo-cuadrado -frecuente, por otra parte, en el
universo morfológico espiritual de nuestro artista-, encontramos en el primero
al principio masculino, la energía y los
influjos celestes; y en el segundo, el principio femenino y los impulsos telúricos. No es casual que la representación
del tiempo adopte formas circulares y que el cuadrado sea la expresión
geométrica de la cuaternidad: combinación y organización de los cuatro elementos
fundamentales; de las cuatro estaciones; de las cuatro edades de la vida; de
las cuatro fases de la luna y de los cuatro puntos cardinales, que al fin dan
fijeza al mundo. Y para dar imagen de estabilidad, solidez y permanencia: el
cubo, cuadrado de los sólidos, representante de la tierra al igual que los
trigramas, que son una constante en la obra de Larsen.
En este
incesante dualismo en el que hay un complementarse de tesis y antítesis,
también existe una tendencia a resolverse en la síntesis, demostrada por los
personajes de todas sus obras: el hombre como símbolo de la existencia
universal; la pareja mostrando la unión de lo que de hecho está separado y las
figuras unidas formando una conjunción; todos en actitud erecta, tendencia
ascendente y evolutiva, expresión de la esencia humana; apoyados sobre la
solidez de la guarda inferior, en la que se alternan un sinfín de signos;
cobijados por un cielo en el nivel superior, unidos todos por elementos
esenciales como las cruces en las que se conjugan los contrarios y se entabla
la relación primaria entre dos mundos -terrestre y celeste-. Todo esto
acentuado a través del color, los verdes nos llevan desde el origen mismo de las cosas hasta la muerte; pasando
por la desesperación de los naranjas, la fogosidad y sobrenaturalidad de los
rojos, sin descuidar la luz solar, el espacio, las tinieblas y lo subterráneo
logrado por los amarillos, azules, negros y tierras. Todo el color contribuye a
crear el clima propio de los momentos mágicos, tiempo transcurrido en el
devenir de esas criaturas fantásticas y misteriosas, que se transfiguran tras
la máscara, jugando con esa ambivalencia entre lo que se es y lo que se quiere
ser.
Lic.
LIDIA TERESITA BERON
La Plata, 1987
ACERCA DE GUSTAVO LARSEN
Hablar de
localismo es, hoy, una especie de negativa postura para un correcto análisis.
Sin embargo, no podemos dejar de hacer tal referencia para justificar estas
líneas que pretenden muy prietamente presentar a GUSTAVO LARSEN. Y apelamos a
ello no con un sentido reivindicatorio, sino por necesidad de ubicar el mundo
del citado grabador. La Plata no es una ciudad de grabadores ni hasta el
momento se haya podido precisar la existencia de una escuela de arte que la
identifique. Por qué entonces este “capricho” de resaltar el entorno.
La
razón fundamental está en ciertas “pegas” que se producen en el artista que
labora su obra en la ciudad. Como lo es el carácter pedagógico constante que se
produce sobre todo a partir de la aparición de los maestros FRANCISCO DE SANTO
y MIGUEL ANGEL LEGARTE. La trasmisión de ellos ha sido el valorar el diálogo
profundo y no escatimar la trasmisión de todos los conocimientos técnicos que
poseían y promover una militancia constante a través esencialmente en el campo
de la xilografía.
Por
otro lado el carácter de “siesta permanente” permite elaborar sin pausa un
planeamiento de la obra y profundizar sus aspectos técnicos. Testimonia esto un
carácter experimental que adquieren los productos en las distintas
manifestaciones de la plástica. Una pléyade de artistas avalan tal postura
aunando criterios universales que no aplacan los rasgos personales con
propuestas esencialmente individuales.
GUSTAVO
LARSEN es un ejemplo de tal enjudia pues practicando todos los enunciados
mencionados basado en una tarea silenciosa, sin pausas pone el obcecamiento de
todo aquél que tiene certeza de que su “insistencia” construirá las respuestas
a planteos que se generan y alimentan desde campos diferentes. Hay un sello en
sus trabajos. Investigador a grado experimental no por eso descarta el
compromiso de ir jalonando sus etapas con obras definitorios. Su temática
aborda un sentimiento de fraternidad y cuestionamiento latinoamericano. De esto
ha tomado rasgos características hermanando con un fresco tratamiento
actualizado, problemáticas que en forma permanente propone este “conflictivo y
confrontado continente”.
Los
papeles confeccionados por él mismo, el color utilizado con las estridencias o
silencios aconsejables, testimonian una habilidad creativa de propio sustento
y, no cansaremos de repetir, es el resultado de un “entorno” y los sucesos promovidos por éste, captados
en su caso no únicamente con el sello tradicional que pretendemos, sino sumada
una particular interpretación de sus imágenes.
Por
otro lado si bien cada grabado en madera de su autoría, mantiene una individualidad
por cada imagen, ésta se va convirtiendo en una “saga”. Lo que señalamos como
una propensión de los grabadores platenses. Es que la calma y el tiempo que
“corre largo” laboran espiritualmente al artista que no deja de relacionar lo
ya realizado en confrontación permanente con lo que pretende realizar. Otra
característica que genera una especie de taller-laboratorio que propone las
relecturas que catapulcan a nuevas interpretaciones mas enriquecidas.
GUSTAVO
LARSEN no es típico artista platense. Difícil tarea sería encasillarlo. Sí es
un representante real de un entorno. A grandes rasgos hemos tratado de
identificarlo. Razones de tiempo y espacio, evitando el riesgo y abuso de la
adjetivación, depositamos la fe en una obra que no precisa la apoyatura de las
palabras sino que se basa en un lenguaje plástico riguroso de formas y colores
que certifican la existencia de un código comunicativo y por ende un alfabeto
personal para expresar su mundo. Estará en la libertad respetada por Larsen de
descifrarlo, sumarlo o anexarlo en conformidad a cada una de nuestras
actitudes.
PROFESOR
EDGARDO-ANTONIO VIGO
Director
del Museo de la Xilografía de La Plata
1º
de noviembre de 1990
Pinturas de Gustavo Alfredo Larsen
En
su larga y destacada trayectoria, Gustavo Larsen siempre se distinguió por su
intensa originalidad, un “volver al origen”, que coincide con la
intencionalidad de esta muestra. Un evocar la vida de los pueblos originarios –
sin la llegada de los colonizadores.-
Ese
es el punto de partida de un viaje hacia lo inesperado, hacia el deslumbrante
universo de su imaginación.
En
este trayecto las imágenes viajan en un río que siempre lo acompaña. Hoy
confluyen como afluentes virginales hacia un ensamble de sueños y añoranzas. Es
un viaje profundo y misterioso hacia el corazón atávico del hombre; hay que
toparse con signos ancestrales con el color de tucanes y de flores, hay que
sortear inesperados soles y disfrutar del encanto de sus tribalizadas figuras,
danzando entrelazadas hacia el infinito, brincando al ondulante ritmo de sus
cuerpos, es una escena primordial de la celebración de la vida en los primeros
tiempos. Es un espejo del comienzo de la tribu en una tierra de esplendor
salvaje.
Reaparecen
aquí las imágenes que desde hace siglos lo acompañan dotadas de una calidad
estética que brota de su notable sensibilidad artística.
Es
una inmersión profunda hacia los deslumbrantes acantilados de la mente, una
dimensión estelar de luminosas constelaciones, una visión atemporal de los
primeros días, navegando en un arrecife espiritual que nos transporta desde el
filo de la noche hasta las riberas del paraíso.
Cual
tabloides rúnicos, estas enigmáticas caligrafías gestuales - volcadas en
expresivos manuscritos pictóricos - articulan sus fragmentos para configurar un
planisferio del palpitante relato de sus ensoñaciones.
Dalmiro Sirabo
La
Plata, abril de 2007.
Reseña escrita por Vero Capasso acerca de la muestra realizada en 2014
http://issuu.com/sintoma/docs/resena012
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